Para llegar a Abu Simbel hay que unirse a un convoy militar. La verdad es que en Egipto no hay sensación de peligro, pero supongo que los atentados de hace algunos años todavía están en el recuerdo, y se quiere transmitir cierta sensación de seguridad, aunque tener que ir escoltado no contribuye a crear precisamente esa sensación.
Amanece en el desierto. Nos habían dicho que pararían el convoy al salir el sol para poder disfrutar del momento en el desierto; no lo hicieron.
Alrededor de las 7 de la mañana llegamos a Abu Simbel, y a los dos templos que lo componen, el de Ramses II y el de Nefertari. Sencillamente maravilloso. Personalmente, lo que más me maravilló es que cuando se construyó, se hizo de forma que la estatua al fondo del corredor que representa la oscuridad era la única no iluminada de las 4 que componen el conjunto los días 21 de Octubre y 21 de Febrero, coincidiendo con el nacimiento y coronación del
En el traslado del templo participó España activamente, motivo por el que Egipto nos regaló el templo de Debod, que podemos ver en el parque del Oeste en Madrid.
De vuelta a Asuan, visitamos la Alta Presa, construída con la colaboración de la Unión Soviética. No es más que una presa, enorme, eso sí, pero una presa. Creo que podría haberme saltado la visita. Y más aún cuando muertos de sueño tras un día agotador, nos llevaron al típico timo de la visita a la tienda que toca en todos los viajes organizados; en esta ocasión lo que tocaba era la tienda de esencias.
Ya por la noche visitamos el templo de Filae, también rescatado de las aguas por la construcción de la Alta Presa y situado en una isla cerca de Asuan. Queríamos verlo de día, pero no había tiempo para más, y tuvimos que verlo en el espectáculo nocturno de luces y sonido. Fue caro, pero resultó ser una bonita experiencia.
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